Lo llamaban Fierro. Y era mentira. La verdad era su pasado y el pasado, una condena que prefería olvidar. No tenía nada, ni siquiera futuro. Por eso vivía en la frontera, un pedazo incierto de tierra olvidado por todos, un lugar maldito donde moros y cristianos sembraban muerte a su antojo. Su único consuelo eran las colmenas. A ella, perdida en aquel amargo pasado, siempre le gustó la miel.
Ahora ese pasado cabalga de nuevo hacia él; con la espada al cinto, dispuesto a atormentarlo. Una vez más. Y, cuando su antiguo compañero de armas lo encuentra, sabe que no tiene escapatoria. La guerra se cruza de nuevo en su camino. Se prepara la batalla más grande jamás contada y él marcará la ruta. Lo hará por una única razón: ella. Como antes, como siempre, él será el atajador de los ejércitos de Castilla. Y su única esperanza estará en manos de un enemigo…
Ésta es la historia de un hombre; uno cansado, blasfemo y solitario. Un hombre acabado, sin esperanza y, pese a todo, un valiente. Un atajador en la frontera, en tiempos de la Reconquista.
Recordarás su nombre.
Opinión personal
La primera novela que leí de Francisco Narla, hace ya unos cuantos años, fue Assur y me gustó mucho. Después vinieron Laín. El bastardo. Donde aúllan las colinas, y ahora Fierro. Como me gustó tanto la primera, cada vez que tengo la oportunidad de leer una de sus novelas no me lo pienso y enseguida va a la lista de libros que quiero leer, es una apuesta segura y no me defrauda.
La novela nos llevará a principios del siglo XIII y a finales del XII cuando recuerda su pasado. Al protagonista lo conoceremos como Fierro. Descubriremos su pasado poco a poco, a la vez que su presente hasta completar la historia del protagonista, un atajador de la frontera. Pero también nos introduce en unos hechos reales y batallas de nuestra Historia.
La novela está dividida en tres partes que ha llamado Cantares: el primer cantar es El sitio de Alarcos, el segundo es La sombra del lince y el tercer cantar es Las Navas de la Losa.
La novela empieza así:
Lo llamaban Fierro. Y mentían.
Su verdadero nombre era agua pasada. Y allí el pasado se pagaba caro.
En la frontera no se preguntaba, las respuestas tenían la maldita costumbre de ser tajos de un palmo que aireaban las tripas. Era un pedazo indeciso de tierra maldita. Un erial dejado de la mano de Dios donde se condenaban los que no tenían otra elección: la frontera o el infierno. Allí acababan los desahuciados, los ilusos, los que escapaban de la horca y un puñado de malnacidos que, en lugar de ganárselo, robaban el pan. En la frontera se refugiaban los desechos de aquella guerra interminable.
Y él era uno de ellos.
A Fierro lo describe ya mayor, aunque también conoceremos al Fierro de joven y enamorado. Porque además de todo lo que podemos encontrar en esta historia, traición, venganza, honor, deber... encontraremos una gran historia de amor.
Espigado y curtido. Un manojo de cordeles tiesos. De guedejas canas y barba revuelta. Con ojos azules, clareados por los años y el miedo. Renqueaba y, para caminar, se ayudaba de una vara. Cuando amenazaba tormenta, se le arredraban los huesos. Y tenía la impenitente manía de sacudirse las calzas a todas horas.
Además, se hacía viejo. Lo acompañaba un chucho de mil leches con algo de bodeguero y mucho de sarnoso. Un animal sin gracia cuya única virtud era la lealtad de su mirada.
Resolvió que no había por qué inquietarse. Al fin y al cabo, él ya estaba muerto para los suyos.
Y se equivocó.
Su pasado cabalgaba hacia él. Con la espada al cinto. Escupiendo maldiciones.
En el pasado Fierro fue atajador, aunque ahora se encuentra apartado y trabajando de melero. Los atajadores eran grandes conocedores del terreno, buscaban los mejores lugares para pasar un río o para asentar un campamento, una especie de exploradores que se arriesgaban cruzando la frontera continuamente para encontrar el lugar más adecuado para asentar a las mesnadas antes de enfrentarse en la batalla. Papel importante el de los atajadores, aunque nadie hable luego de ellos y no sean los héroes de los que hablan los juglares.
A eso se habían dedicado. A jugarse el pescuezo por delante de las mesnadas para informar de los mejores lugares para acampar, de los vados en los ríos, de los campos de abastecida. Atajadores. De entre todos los hombres de las milicias y fonsados, los más locos; o los más valientes. Los que se echaban a territorio enemigo a pecho descubierto para que reyes y obispos, con sus nobles culos bien a salvo en la retaguardia, decidieran cómo jugarse la vida de los hombres que luchaban en su nombre.
—¿Y quién fue el espabilado que dijo que éste era un trabajo fácil?
Otros hubieran salido por pies. Pero él era atajador y no le arredró meterse en aquel avispero. Ése era su negocio, moverse bajo los hocicos del enemigo. Y prefería morir intentándolo que olvidar la afrenta.
No fue cuestión de fuerza, no fue cuestión de valor. No se trato de algo al alcance de los héroes a quienes cantaban los trovadores. Fue sólo gracias a su empeño.
Una época en la que los distintos reinos cristianos luchaban entre sí y contra un enemigo común, los musulmanes. Trascurre la acción en una tierra fronteriza que tan pronto es cristiana como musulmana. Entraremos de lleno en plena Reconquista, en el 1212, año de la famosa batalla de Las Navas de Tolosa que encontraremos en la parte final de esta novela. Los distintos reyes, Alfonso de Castilla, Sancho de Navarra, y Pedro de Aragón (solo faltó el rey de León), nobles, caballeros, las órdenes militares de Santiago, Templarios, Hospitalarios y Calatravos se dieron cita contra el infiel, también mercenarios y villanos. Muchos de los personajes, las batallas y también las traiciones son reales. Nos encontramos con la rivalidad entre los Castro y los Lara, la traición y el horror de la derrota del rey castellano en Alarcos (1195), (el traidor existió realmente, Pedro Fernández de Castro), la caída del castillo de Salvatierra (1211) y la batalla de Las Navas de Tolosa (1212) una de las más importantes de la Reconquista. Y que podemos vivir en una magnífica recreación.