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jueves, 26 de septiembre de 2019

EL IDIOMA DE LOS RECUERDOS, ANTONIO GÓMEZ RUFO

El idioma de los recuerdos 

Autor: Antonio Gómez Rufo

N° de Páginas: 384 


Editorial: Ediciones B


Año de Edición: 2019

Género: Novela Histórica 




Antonio Gómez Rufo (Madrid,  1954). Estudió Derecho y Criminología en la Universidad Complutense. Considerado uno de los mejores escritores españoles, es autor de una docena de novelas, así como de la biografía de Berlanga y de diversos libros sobre Madrid. Su obra, elogiada por la crítica española e internacional, ha sido traducida al alemán, holandés, búlgaro, portugués, francés, griego, rumano, polaco e italiano. Premio Fernando Lara de Novela y Premio Independencia Dos de Mayo por El secreto del rey cautivo (2005), fue finalista del Premio Nacional de Narrativa con El alma de los peces (2000). También es autor, entre otras, de Las lágrimas de HenanLos mares del miedo (2003, Premio de la Asociación de Libreros de Cartagena), Adiós a los hombres (2006), El señor de Cheshire (2006, Premio Ducal de Loeches), Balada triste en Madrid (2007), La noche del tamarindo (2008), La abadía de los crímenes (2011) y La camarera de Bach (2014). En 2015 ganó el Premio Valencia de Novela Negra, por Nunca te fíes de un policía que suda En 2016 ha publicado MADRID, la novela, una extensa obra sobre la historia de Madrid contada a través de la vida de tres sagas familiares desde 1565 hasta nuestros días. En 2019 ha publicado El idioma de los recuerdos.

Sinopsis

"Madrid tenía que volver a ser eterna, y a ello se entregaron todos los madrileños supervivientes; y a los que permitieron sobrevivir. Madrid, siempre épica, se convirtió en una ciudad vencida; y, tras la derrota, muchos madrileños lloraron de rabia y de impotencia. Era el tiempo del final de la guerra y los inicios de mi amor por Elena". Un hombre en el ocaso de su vida pasa un último verano frente al mar. Durante esos días de soledad, recuerda aquel otro verano en que su vida cambió para siempre: el de 1939. Fue en los meses siguientes a la entrada de las tropas nacionales en Madrid, en una ciudad derrotada que luchaba desesperadamente por abrirse de nuevo a la vida, cuando el protagonista (entonces un adolescente hermano de un alto cargo de Falange) se enamoró de la hija de un anarquista fusilado…
Esta novela es una mirada nostálgica a la Historia y a la vida, un homenaje a la Literatura con mayúsculas, y una reflexión sobre los recuerdos que regresan a nosotros cuando todo parece perdido.


Opinión Personal 

El idioma de los recuerdos tiene un principio rotundo, con lo que es imposible no meterse de lleno en la historia y querer saber lo ocurrido. Empieza con Vicente, el protagonista, un hombre de 77 años y enfermo terminal, desvelandonos que ha matado a dos personas: su propio hermano y su mejor amigo. A partir de esa confesión nos irá contando su historia, remontándose justo al final de la guerra civil española, y a los meses siguientes.


He matado a dos hombres en mi vida: a mi hermano mayor y a mi mejor amigo. Pero no siento el menor arrepentimiento por ello. Quizá debería experimentar algún tipo de culpa, pero no es así; solo ahora, a mis setenta y siete años, cuando acabo de acordarme de ellos, me ha revoloteado por la cabeza el recuerdo de aquellas escenas lejanas, sorprendiéndome. La culpa, la culpa… concepto que no forma parte de la naturaleza sino de la educación. El ser humano nació sin el sentimiento de culpa, fue algo que vino después. Por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa…: un mantra del cristianismo que busca una emoción más íntima que la idea de responsabilidad, del deber, de incumbencia.

Nos encontramos dos líneas temporales, con un mismo protagonista: Vicente. Por un lado estamos en Marbella en 1999 cuando cuenta con 77 años; por otro, su recuerdo del Madrid de la guerra y la posguerra cuando contaba 17 años. Contada la historia por él mismo, el peso de la narración es para lo ocurrido en los primeros meses después de terminada la contienda. Su recuerdo nos traslada al momento en el que con la entrada del ejército nacional en la ciudad, Julián, su hermano mayor, aparece en casa de su madre, convertido en un alto mando falangista, con cierto poder para decidir sobre la vida de los perdedores y dispuesto a ser el cabeza de familia, imponer su voluntad y adueñarse de todo. Llegará con Federico Calatrava, un amigo del frente. En esos  días Vicente se enamorará de una chica algo mayor que él, Elena, que se encuentra sola ya que su padre ha  sido fusilado por republicano. 

Con estos personajes y algunos más, como son su madre, Isabel, su abuela Rosario, y Francisco, un vecino y amigo que les ayudó durante la guerra, nos iremos enterando de lo ocurrido, las circunstancias y los motivos que llevarán a Vicente a matar a su hermano y a su amigo.

Antonio Gómez Rufo sabe hacer un relato del Madrid de la guerra  y la posguerra, de la ciudad, sus gentes y su historia. 


Madrid era una ciudad vencida, y como tal se comportaba. Sus calles, sus gentes, sus ruidos y sus silencios. Era una ciudad vencida de día y de noche, sobre todo desde que la tarde empezaba a declinar. 

Aquella ciudad viva, cosmopolita, abierta, acogedora y alegre que había sido Madrid, incluso bajo los bombardeos, se convirtió de repente en una ciudad herida de muerte. Yo no lo comprendí entonces, pero hoy lo sé con seguridad. Y, ahora que lo pienso… ¿qué fue de tantas palomas que revoloteaban por la ciudad, de tanto gato que poblaba la noche, de los perros…? Desaparecieron todos. Durante un largo tiempo no recuerdo haberlos visto por la ciudad, al menos como se les veía antaño.


El protagonista se refugia en los libros y en toda la novela hace frecuentes comentarios y cita a distintos autores y obras que han sido importantes en su vida, en un auténtico homenaje a la literatura.



Frases
He vivido mil vidas en una sola y he contemplado la descomposición de la belleza, el derrumbe de lo imponente, el desmoronamiento de lo más sólido y el desmenuzamiento de la construcción más asegurada. He asistido a ello como lo ha contemplado a lo largo de la historia generación tras generación, cuantas nos han precedido y las que nos han acompañado, y sin embargo nunca fuimos capaces de transmitir a los más jóvenes esa realidad. Nunca les dijimos que lo que tenían, fuerza, vigor, belleza, agilidad y lucidez, eran facultades y dones provisionales, efímeros, prestados, tan breves que no podían convertirlos en soportes vitales de su existencia sino que debían aprovecharse de su presencia temporal para edificar una sólida madurez con la que disfrutar hasta el fin de la existencia que les correspondiera. 

El final de una guerra no es siempre el principio de la paz; a veces es el comienzo de otra guerra más dolorosa aún: la del resentimiento, la furia, el rencor y la injusticia. El comienzo del miedo, el gran miedo. Todos los miedos.

El fin de una guerra no es el comienzo de la paz, sino el nacimiento del miedo. Solo los inconscientes, los tiranos, los descamisados y los pistoleros disfrutan de los finales bélicos porque coinciden con el inicio de sus fechorías. A mi hermano Julián le pasó.

La salud es como el agua de la charca que termina evaporándose con la llegada de la época del calor, la bebida del estío insaciable que la absorbe y deja la tierra cuarteada, yerma, desnuda, sedienta. La salud es la antesala de la pérdida. Algo destinado a desmenuzarse, resquebrajarse, pudrirse. Y uno de sus pilares, la memoria, es esa parte de la salud que se desagua palabra a palabra, recuerdo a recuerdo, rostro a rostro, nombre a nombre.

Tenía diecisiete años, a punto de cumplir los dieciocho, y a la vida le dio por revolverse y me convirtió en hombre. Elena despertó mi pasión romántica, Calatrava fomentó mi gusto por saborear la vida sin echar cuentas y mi hermano me mostró el camino de la crueldad sin arrepentimiento. Él aseguraba que ser cruel no era perverso cuando se ejercía en nombre de ideales altos, asegurando que los suyos, los nuestros, los de los vencedores, eran esos ideales sublimes. Y que yo tenía que participar en defenderlos y ensalzarlos a cualquier precio, aunque los cobardes, los vencidos, lo consideraran crueldad, exceso o impiedad.


Mi hermano repetía frases como un papagayo con la lección aprendida, era un vocero de la cultura que afirmaba aquello de «muerte a la inteligencia» y no dudaba en asegurar que hasta que no fusilaran a todos los intelectuales, fueran filósofos, escritores, profesores o artistas, no se lograría edificar el único Estado nacional salvador de la patria, de la religión católica y de los sagrados ideales del imperio.

No es de extrañar, por eso, que mi hermano me criticara por leer tanto, quizá considerándome parte de esa «intelectualidad» a la que él, y los suyos, tanto odiaban. Pobre de mí; intelectual… ¡Si yo era de una ignorancia superlativa! Y si no hubiera sido por los libros que había leído, y los que seguía leyendo despacio para entenderlos bien (hay que leer como beben agua los pájaros: una mirada al papel y luego levantar la cabeza para digerir lo leído, decía Tierno Galván).

Madrid, la ciudad herida, asediada, bombardeada, rendida (que no tomada) entregó lo que era porque había dejado de ser el último reducto de la República de España. Una ciudad en reconstrucción para volver a ser lo que siempre fue y le habían robado. Madrid tenía que volver a ser eterna, y a ello se entregaron todos los madrileños supervivientes; y a los que permitieron sobrevivir.


Cuando termina una guerra civil, en realidad no acaba. Empieza otra, mucho más repugnante, la del ajuste de cuentas, la represalia, la limpieza social y la depuración individual. Una guerra civil, como la española, ha tardado décadas en firmar el armisticio, suponiendo que haya llegado a firmarse y a dejar de helar el corazón, como y advertía Antonio Machado, al españolito que viene al mundo.

...cuatro días después de haberse instalado en el Palacio de El Pardo, el general Franco anunció su gran proyecto del que sería conocido como el Valle de los Caídos. Y allí en plena sierra de Guadarrama se levantó una enorme cruz de 200 metros de alto, para que fuera visible para todos los viajeros. El 1 de abril de 1940, primer aniversario de la victoria, se promulgó el decreto por el que se erigía este monumento a los caídos del bando nacional. Fue leído por el coronel Valentín Galarza, subsecretario de la Presidencia del gobierno, en el mismo lugar en que se iba a construir, ante los miembros del gobierno, jefes de Falange, generales y cuerpo diplomático que habían acudido allí encabezados por el general Franco después del desfile de la Victoria.

...la vida dura lo que dura un parpadeo, y encima pretendemos llenarla de esencia de inmortalidad.

El idioma de los recuerdos es más que una buena novela que recrea unos episodios de la historia de España. Es una novela sobre Madrid, de una época, de lucha y de supervivencia, de las injusticias de la guerra y la posguerra, además de una historia de amor y superación que  te atrapa desde el principio. 


           Lourdes